Remedio para el
airado
Y Jehová le dijo: «¿Haces bien en enojarte tanto? “Y salió Jonás de la ciudad y acampó hacia el oriente de la
ciudad, y se hizo allí una enramad, y se
sentó bajo de ella a la sombra, hasta ver
qué acontecería en la ciudad. Jonás 4.4–5
Entre los muchos buenos consejos que nos da el libro de Proverbios,
encontramos este:
«La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera
hace subir el furor» (Pr 15.1). El hecho es que la persona airada pocas veces
está dispuesta a escuchar razones. Toda palabra le servirá para seguir
alimentando su ira. De modo que la persona sabia hablará con mucha cautela
cuando se encuentra frente a una persona airada.
Así lo hace Dios con Jonás. La ira del profeta
es totalmente desmedida y egoísta, pero el Señor sabe que este no es momento
para hacerlo entrar en razones. Deberá correr su curso este estado fuertemente
emocional, hasta que se produzca en Jonás mayor apertura para ser tratado. Por
esta razón, el Señor solamente le hace una pregunta: «¿Haces bien en enojarte
tanto?» No le provee una respuesta, ni una enseñanza sobre cómo manejar las
emociones. Tampoco lo reprende. Simplemente deja que esta pregunta produzca en
Jonás un proceso de reflexión.
El método tienen rasgos similares al incidente
de Elías en el desierto. Cansado y desanimado, el profeta se había refugiado
bajo un enebro. También este varón deseaba la muerte. El Señor sabía que Elías
necesitaba reponer sus fuerzas y recuperar la perspectiva antes de que pudiera
entrar en un diálogo con Dios. Por eso, envió un ángel con instrucciones muy
sencillas: «Levántate y come»
(1 R 19.5).
Nuestra respuesta con personas airadas puede
hacer la diferencia entre la posibilidad de ayudarles o hundirlos más en las
ataduras que produce el enojo en nuestras vidas.
Note usted, además, que Jonás no entendió la
pregunta que le hizo el Señor. En lugar de reflexionar sobre su comportamiento,
que era completamente inapropiado para un siervo de Dios, el profeta siguió
viendo las cosas con ojos de ofendido, e interpretó incorrectamente la pregunta
que Dios le había hecho. Creía que Dios le estaba diciendo: «¡No te
impacientes; ya los voy a destruir!».
Sin embargo, nuestro Dios es un maestro extraordinario,
e iba a enseñarle una importante lección al profeta. Cuánta paciencia vemos
desplegada en el trato que él tiene hacia Jonás, un hombre que nosotros
hubiéramos desechado y dado por perdido. Pero vemos que, aun en asignaturas
ministeriales pendientes, el Señor desea trabajar en el corazón de sus obreros
para que ellos sean la clase de personas que él desea.
De la misma manera, usted necesita tener mucha
paciencia con las personas que está formando. Sea sabio en cuanto a la manera
en que los corrige. La corrección dada a destiempo solamente añade
dificultades. Pero la palabra suave, hablada en el momento justo, tiene poder
para redimir y transformar comportamientos que deshonran a nuestro Señor.
Para pensar:
¿Cómo reacciona frente a la ira de los demás? ¿Su respuesta aumenta los
problemas o provee soluciones? ¿Cómo puede incorporar respuestas más sabias
frente a reacciones airadas? Recuerde: Nuestra respuesta con personas airadas
puede hacer la diferencia entre la posibilidad de ayudarlos o hundirlos más en
las ataduras que produce el enojo en nuestras vidas.