miércoles, 18 de abril de 2012


Remedio para el airado

Y Jehová le dijo: «¿Haces bien en enojarte tanto? “Y salió Jonás  de la ciudad y acampó hacia el oriente de la ciudad, y se hizo allí una enramad,  y se sentó bajo de ella  a la sombra, hasta ver qué acontecería  en la ciudad.  Jonás 4.4–5


Entre los muchos buenos consejos que nos da el libro de Proverbios, encontramos este:
«La blanda respuesta quita la   ira; Mas  la palabra áspera hace subir el furor» (Pr 15.1). El hecho es que la persona airada pocas veces está dispuesta a escuchar razones. Toda palabra le servirá para seguir alimentando su ira. De modo que la persona sabia hablará con mucha cautela cuando se encuentra frente a una persona airada.

Así lo hace Dios con Jonás. La ira del profeta es totalmente desmedida y egoísta, pero el Señor sabe que este no es momento para hacerlo entrar en razones. Deberá correr su curso este estado fuertemente emocional, hasta que se produzca en Jonás mayor apertura para ser tratado. Por esta razón, el Señor solamente le hace una pregunta: «¿Haces bien en enojarte tanto?» No le provee una respuesta, ni una enseñanza sobre cómo manejar las emociones. Tampoco lo reprende. Simplemente deja que esta pregunta produzca en Jonás un proceso de reflexión.

El método tienen rasgos similares al incidente de Elías en el desierto. Cansado y desanimado, el profeta se había refugiado bajo un enebro. También este varón deseaba la muerte. El Señor sabía que Elías necesitaba reponer sus fuerzas y recuperar la perspectiva antes de que pudiera entrar en un diálogo con Dios. Por eso, envió un ángel con instrucciones muy sencillas: «Levántate y come»
 (1 R 19.5).

Nuestra respuesta con personas airadas puede hacer la diferencia entre la posibilidad de ayudarles o hundirlos más en las ataduras que produce el enojo en nuestras vidas.

Note usted, además, que Jonás no entendió la pregunta que le hizo el Señor. En lugar de reflexionar sobre su comportamiento, que era completamente inapropiado para un siervo de Dios, el profeta siguió viendo las cosas con ojos de ofendido, e interpretó incorrectamente la pregunta que Dios le había hecho. Creía que Dios le estaba diciendo: «¡No te impacientes; ya los voy a destruir!».

Sin embargo, nuestro Dios es un maestro extraordinario, e iba a enseñarle una importante lección al profeta. Cuánta paciencia vemos desplegada en el trato que él tiene hacia Jonás, un hombre que nosotros hubiéramos desechado y dado por perdido. Pero vemos que, aun en asignaturas ministeriales pendientes, el Señor desea trabajar en el corazón de sus obreros para que ellos sean la clase de personas que él desea.

De la misma manera, usted necesita tener mucha paciencia con las personas que está formando. Sea sabio en cuanto a la manera en que los corrige. La corrección dada a destiempo solamente añade dificultades. Pero la palabra suave, hablada en el momento justo, tiene poder para redimir y transformar comportamientos que deshonran a nuestro Señor.

 
Para pensar:

¿Cómo reacciona frente a la ira de los demás? ¿Su respuesta aumenta los problemas o provee soluciones? ¿Cómo puede incorporar respuestas más sabias frente a reacciones airadas? Recuerde: Nuestra respuesta con personas airadas puede hacer la diferencia entre la posibilidad de ayudarlos o hundirlos más en las ataduras que produce el enojo en nuestras vidas.

martes, 17 de abril de 2012


Posturas radicales

Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida.                        Jonás 4.2–3

 
¿Cómo se comporta usted cuando no se sale con la suya? Esto es, en muchas situaciones, lo que marca la diferencia entre un líder rendido a Dios y un líder cuyo objetivo principal en la vida es avanzar en sus propios proyectos.
A Jonás no le gustó nada la decisión que el Señor había tomado con los asirios. Se enojó grandemente, elevó un airado reproche, luego le pidió a Dios que le quitara la vida. Es una decisión muy extrema para un problema que, básicamente, tiene que ver solamente con su propio orgullo herido.
Es precisamente en este tipo de circunstancias que vemos dónde está lo que verdaderamente mueve a un líder. Cuando yo era joven, insistía que mi visión era la adecuada para la congregación donde pastoreaba. Otros, en el equipo ministerial, no lo veían de la misma manera. En el afán de convencerlos, no tardé en armarme de argumentos para demostrar que mi visión y la visión del Señor eran idénticas. Aún así, ellos no se convencían. Cansado de las discusiones y de la aparente «resistencia» a lo que yo quería hacer, opté por irme de aquella congregación. Una decisión radical para lo que era, en su esencia, una puja de voluntades.
Esta es una historia que se ha repetido infinidad de veces dentro del pueblo de Dios. Convencidos de que somos dueños de la verdad, creemos que son aceptables, decisiones tan radicales como marcharnos, abandonar el ministerio, o incluso dividir la iglesia. Con esta actitud es imposible trabajar en equipo, porque es un requisito indispensable que los demás vean las cosas como el líder. La belleza de la diversidad del cuerpo se pierde, el desafío de aprender a dialogar con otros se desaprovecha y la posibilidad de cultivar un carácter santo y aprobado por Dios se desperdicia. Observe la exhortación de Pablo: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;  no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. » (Flp 2.3–4). La vanagloria no es más que una gloria ficticia. Es aquella que tiene apariencia de ser genuina, pero que en realidad viene de una fuente que jamás puede producir verdadera gloria, porque el único que posee gloria es Dios mismo. Aquellas cosas en las cuales su persona es claramente visible, también poseen gloria. Las otras «glorias» son las que fabricamos nosotros los hombres: tienen muy poco brillo.


lunes, 16 de abril de 2012

¡Peor que la desobediencia!
Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: «¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal. Ahora, pues, Jehová, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida». Jonás 4.1–3

Existe un camino más corto y sencillo para nuestras rebeliones. Es el de la humilde confesión que viene de un corazón contrito y quebrantado. Tal es la confesión del gran rey David, en el Salmo 51.3–4: «Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio». Como líder usted tiene el desafío no solamente de andar en sencillez de corazón, sino también de darle ejemplo de esto a su pueblo. Qué su pueblo le pueda conocer como una persona que no tiene permanentes justificativos para lo que claramente no es justificable. Elija el camino de la confesión sin rodeos. ¡Le hará bien a usted, y también a los que está formando!